sábado, 31 de diciembre de 2016

CERVANTES Y LA MÚSICA 298 (Y ÚLTIMA, CON UNA BREVE DESPEDIDA A MODO DE CONCLUSIÓN): "DEL MARAVILLOSO SILENCIO QUE EN TODA LA CASA HABÍA"

CERVANTES Y LA MÚSICA 298 (Y ÚLTIMA, CON UNA BREVE DESPEDIDA A MODO DE CONCLUSIÓN)
DEL MARAVILLOSO SILENCIO QUE EN TODA LA CASA HABÍA

"Fuéronse a comer, y la comida fue tal como don Diego había dicho en el camino que la solía dar a sus convidados: limpia, abundante y sabrosa; pero de lo que más se contentó don Quijote fue del maravilloso silencio que en toda la casa había, que semejaba un monasterio de cartujos."

(QUIJOTE II, Cap. 18)

Cuando nos acercamos a un asunto con cierto afán de profundidad corremos el riesgo de cometer un frecuente error de perspectiva; me refiero a algo así como un fallo de enfoque, por demasiada cercanía, que llevaría a la tentación de amplificar o magnificar lo que en pura lógica hubiera de mantenerse en su justa medida estadística.
Digo esto porque una obra tan grande en cantidad y en calidad como la de Miguel de Cervantes, y hecha en una época en la que la música tenía una presencia importante como parte de la cultura, es normal que abunde en referencias musicales. Y, aunque es verdad que éstas, en cómputo total, sobrepasan el medio millar, creo que no alcanzan a justificar la opinión que a veces he leído de querer colocar a Cervantes poco menos —y ahora exagero adrede— que como un músico que escribía literatura a ratos perdidos.
Cervantes era, eso sí, un hombre de mundo. Tenía cultura musical libresca y vital, disfrutaba de la amistad de músicos y, por haber trabajado en el mundo del teatro, había tenido que ocuparse de prever el aspecto musical de sus comedias y entremeses. Pero sobre todo, Cervantes era un gran observador y —quizás las casi trescientas citas que hemos venido espigando desde el 9 de marzo lo muestran— lo que más sorprende de su acercamiento al arte de los sonidos es la variedad del mismo. Y su exhaustividad. No hay aspecto de las músicas de su época, no hay función vital o social de este ejercicio que no encuentre un reflejo, a menudo atinado y brillante, en su obra.
Y todo ello, como decía, contextualizado en una época en la que lo musical tenía un peso difícil de imaginar hoy día. Conviene recordar que la invención del fonógrafo crea un antes y un después en la forma de comprender y utilizar la música. Los medios de grabación, reproducción y amplificación sonora han hecho de nuestro arte un fenómeno multiplicado, ubicuo, invasivo; pero han incidido paralelamente en una banalización de su potencial como lenguaje.
Hay en toda la literatura de la época —y me parece que de forma muy acusada en Cervantes— un gusto por reflejar la maravilla de los sonidos, los paisajes sonoros: el canto de los pájaros (presente en los seis famosos amaneceres del Quijote), los sonidos tranquilizadores, amenazantes o enigmáticos, las voces que resuenan en los collados y los valles, el fragor de las batallas. Se ha destacado muchas veces la admirativa y frecuente alusión al silencio, a veces adjetivado como "maravilloso" y comparado con realidades como "un monasterio de cartujos". Y por eso hemos acabado este pequeño homenaje así.

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